martes, 21 de abril de 2009

A propósito: "Creo que hay una señora en la esquina"


“Cigarros, caramelos, chupetes…” Escuchamos ese resumido inventario en voz alta en tantas esquinas; manejando, saliendo del cine, de tomar un café, yendo a la playa. En general en casi todos los fines de semana limeños es prácticamente inevitable, infaltable, pero a la vez cada vez más inadvertido.

Desde muy niños, creciendo bajo este cielo tan gris y lleno de humo de combi, los vemos y preguntamos: “Mamá, y ese señor?”, “Papá, por qué no vende en una tienda?" La curiosidad y preocupación por el bienestar de un extraño. Hay tantas cosas que no deberíamos perder, y que van diluyéndose forzosamente al crecer sobretodo en una ciudad como Lima.

“No hijito, es que el señor no tiene plata, por eso vende así”; terminan esas palabras y empezamos a contemplar durante los años; ya sin preguntar; la suerte de tantos rostros que queremos ver extraños. Queremos verlos lejanos, queremos verlos diferentes; y nos lo empezamos a creer: haciéndolos objeto de burlas, de lástima cínica, como parte de esa gente que debería irles mejor.
Esta ciudad te enseña a segregar, luego te obliga a ser parte de una clase, de una zona.
Lo qué vistes, cómo hablas, y que tan no mezclada se ve tu piel mestiza. Lo peor es que nos sentimos orgullosos de no parecernos a ellos.
Estas personas de esquina ni siquiera tienen el gran favor de ser mirados, escuchados ni mucho menos atendidos como algo lejano; ya la fisiología del ojo y oído limeño las extrajo de su campo de percepción. Los volvemos invisibles. Es increíble cómo un ser humano evita escuchar esa conciencia básica de empatía por el otro para vivir mas tranquilo y sin cargas; pero cómo nos preocupamos de tener el último celular, de vernos bien para salir, de regodearnos de comer en lugares exclusivos, de no parecer nacidos en Lima, de no parecernos a los miles de personas que están vendiendo cinco caramelos al día y que se alegran si venden un par más. Realmente es toda su vida. Y eso sin contar a los mendigos.

Cómo es que el ser humano llega a poder convivir con semejante condición? Por qué no se hace algo? Es lo que cualquier extranjero dice al llegar a Perú. También algo bueno traen ellos; una preocupación aún no insensibilizada que dejamos años atrás.

Casi siempre tenemos dinero para darles y sino queda ni eso en el bolsillo en ese momento tenemos algo mucho más cotizado para un espíritu: atención para brindar a otro ser humano, una mirada, un “gracias, por ahora no, señora”. La pobre señora que se la pasa todo el día en la misma esquina, sentada en el cemento, mientras en nuestra casa es inevitable que haya un lugar para sentarse sin un cojín. Todo el día en el mismo lugar que se conocen de memoria; por donde pasan cientos de personas y ninguno la mira; salvo para no chocarse con ella: con la realidad.

Esa gente es mas viva que uno, ve tu a saber qué hacen con lo que se les da. Tú que haces con todo lo que la vida te dio?

No hay comentarios: