martes, 5 de enero de 2016

Dejar de existir.




Quiero morir. Quiero dejar de existir. Ruego al cielo dejar de vivir!

Lloraba desaforadamente, sin siquiera intentar pronunciar bien. Era un ruego, una suplica descarnada. Un llanto desesperado que buscaba alivio. Buscaba misericordia.

Yo no era médico, ni era sacerdote. Y creo que aunque lo fuera, no podría lograr siquiera algo de alivio en momentos como estos ..

Su desesperación se convirtió en la mía. La tome de la mano, y era lo único que podía hacer mientras ella gritaba. Con sus ojos blancos, que decían que ya era suficiente. Ella odiaba su propia mente. Suplicaba perdón. Por qué un dolor así?, una tortura así?, sólo puede ser un castigo.

Qué he hecho? Qué mal he hecho? Llévame de una vez. Señor, ya no quiero vivir!

Sus ojos, llenos de llanto seco y emblanquecidos como las canas de sus cabellos. 
No puede ser menos, más de un siglo no pasa sin dejar grietas que permiten escapar a la vida.

Fue la mano que muchas veces guió la mía, y ahora sostengo la suya, ya sin fuerza, con el peso de tan sólo los huesos. Frágil, como una rama a punto de partirse, aceptando que suficiente viento paso por sus hojas.

Pide gritando al cielo que este sea justo, que se la lleve, que ya vivió demasiado. 

Veo todas las imágenes que la rodean, veo rostros intencionalmente dibujados que inspiran a que confiemos, a que pidamos y alcemos la mirada. Y ahora ella les ruega, pidiendo esa justicia. Divina.

Ve seres sin forma que la hostigan, que la asustan, que le dicen cosas que no entiende, siente agua, piedras, insectos caminándole por encima, motores incesantes; tortura perpetua. 

Un infierno.

Y no puedo imaginar alguien que haya rezado más rosarios que ella. Nadie que se haya persinado o que más oraciones se sepa.

Así no funciona? Por qué no descansa?

No puedo hacer nada más que darle mi mano y sentirme completamente inútil. No es justo, ¿Dónde estás? – Nadie contesta.

“En eso radica la fe” – lo digo en mi mente, aterrorizado.

He perdido la cuenta cuantas veces he jurado y pedido que si alguien me escucha - dentro de mi mente (?) – que me transfiera ese dolor, esa desesperación desencarnada a mi, para que al menos se sienta menos días castigada hasta que llegue su escape del mundo.

Llora por horas ininterrumpidamente hasta que sus energías se consumen y debe dormir.  Para despertarse y volver a vivir, en cualquier momento, ese infierno de impulsos neuronales confundidos y desfasados en el tiempo.

No es justo. Nada es justo. No existe esa justicia. Me sangra el alma verla así, me rompe en trozos la esperanza escucharla gritar y sucumbir por horas ante su propia mente que ella siente que la odia porque "la castiga”.

Solo le cojo la mano, así como ella me la cogía de niño. Y siento que sus lágrimas pasan de ella hacia mi, brotando con una afluencia contenida y bombeada con la presión de un corazón desesperado que sólo quiere comprender porqué alguien debe sufrir tanto.

Duele. Duele más allá del alma.

Y yo no hago más que mirar un cuarto lleno de imágenes y un rosario con una cruz de espaldas a ella.

Lo volteo, como queriendo que algo tenga sentido.


Solo quiero que no sufra.

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