martes, 6 de julio de 2010

Invisible – Parte 2: La carne, el filo y la sangre.

Pasé entonces del puño a la empuñadura. Jamás de una pistola sino de herramientas más nobles. Casi nadie sabe porqué se les llama “armas blancas”; y el saberlo me hace sentir más cercano a ellas. Se les conoce así por la herida limpia, incontaminada e impoluta de otros materiales como pólvora, esquirlas o astillas.  Otra ventaja es que el corte que dejan, pudo haber sido realizado por cualquier otra arma con filo que abre la piel, es decir; no dejan más huella que un corte; una herida anónima, pura: blanca.

No importaba la forma; cuchillos, espadas, dagas, sais, falcatas, machetes, puñales, navajas.. todo me seducía. Y como toda excitación de este tipo: aumentaba con el contacto. El acariciar su filo, el saber que ya no sería ni la anatomía humana ni Dios quien dictaría que forma tendría un cuerpo, sino mi mano y mi filo; era increíble. Quería con tanta ansiedad que ya sintieran lo afilado de mis nuevas manos.

Anatomía. Justamente lo necesario a estudiar. Compré varios libros ilustrados de anatomía. Por un lado sentía que estaba abriendo un regalo tan bien envuelto y malograría la sorpresa. Pero mi lado metódico me decía que la sorpresa no se iría cuando sienta la vida de otra persona; caliente y chorreándose en mis manos.

El saber donde cortar sería el truco ahora.

Carótida externa e interna; yugular, cava, subclavia, radial, humeral.. y sobretodo femoral. Había que saber también la que sangraría más por su diámetro vascular. No que duela exclusivamente; porque se evitará lacerar nervios (aún) pero se pondrá en alerta máxima a quien reciba mi filo con el color más bello: el rojo vívido y caliente.  

Me aprendí entonces todas las arterias, venas y un poco de los músculos y los huesos. Quería dejar el estudio de los nervios para después. Siempre me ha gustado prolongar el placer. Esto debí estudiar realmente, ya ni duermo aprendiéndome todo lo que veo en estos libros. Y el querer ver más sangre que lo que provoca un golpe, me tenía muy impaciente.

Ya tenía elegida a mi primera nueva extremidad; una pequeña navaja. Muy pequeña, cabía en mi puño. Aprendí el movimiento perfecto para deslizarla desde su escondite en mi manga hasta mi palma. Todo se sentía tan natural. Este era yo.

Entonces llegó el día; la elegí. Y estaba listo.

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